En una CÁLIDÍSIMA noche de verano de 2007 llegó a mi vida mi encantadora manta lame-caras. Y pozo sin fondo.
Os lo explicaré mejor...
Cuando yo era pequeña (y no tan pequeña) siempre me empeñé en tener un perro, y lo pedía cuando veía una estrella fugaz, cuando soplaba las velas en mi cumpleaños, cuando estrenaba ropa, cuando... Total, que por tanto pedir, tengo dos. El primero, Kaiet (o Satanás para otros) es un podenco ibicenco bipolar y epiléptico, pero no voy a centrarme en él ahora, sino en su compañera.
Como decía, en una noche de julio de 2007 mi madre fue a la Ronda Sur a pasear a Kaiet. Vio un cruce de labrador negro caminando por la calzada y poniéndose a dos patas en cada coche que aminoraba para no atropellarlo. Evidentemente, no llevaba collar ni nada. Mi madre sintió tanta pena que la silbó para llamar su atención y apartarla del peligro de los coches, y lo que consiguió fue que la siguiera a casa... para no irse nunca más. Me llamó al llegar al portal de casa para que bajara comida al pobre animal que estaba famélico, y tenía una cara adorable, a pesar de ser belfa. El rabo lo tiene maltrecho, cualquiera sabe la de bestialidades que le harían sus anteriores dueños. (Hasta tal punto que una vez, mientras mi padre se disponía a ponerse el pijama, se quitó el cinturón y el can se encogió en el suelo y se orinó de miedo). Nada más llegar abajo se me subió en el regazo y no pensé en más opción que llamarla MORA.
Decidimos quedárnosla "provisionalmente" (JAJAJAJA, qué ilusas) hasta que encontráramos alguien que la quisiera... pero la perra-que-se-ladraba-a-sí-misma-en-el-espejo era tan encantadora que no dejamos que se marchara.
La primera noche la hicimos dormir en la azotea... pero cuando subimos a la mañana siguiente, estaba encaramada al tejado. Todavía no entendemos cómo... Por aquel entonces estaba delgadísima, como he dicho, y pude cogerla y salvarla cual súperheroe, pero ahora está gorda, y si te pisa te puede partir un dedo del pie facilmente.
Es sociable y se hace amiga de todo el mundo. Menos de los gatos. Y de los pájaros, se ha comido alguno que otro...
En Semana Santa cogió una infección en el útero y tuvimos que operarla de urgencia. Es tan adorablemente torpe que con la campana que le pusieron para no lamerse los puntos se iba chocando con todos los muebles y puertas de la casa. Si nos oía reírnos de ella, solo movía el rabo caminando hacia nosotros para que la hiciéramos carantoñas. "Soy torpe, pero me quieres de todas formas".
Cuando comemos, se tumba en el sillón con carita de buena (no tiene otra) y nos mira para que le demos algo. Cuando se lo lanzas al vuelo y lo coge, bien, pero si se cae al suelo, se queda mirando al trozo de comida, como si ella fuera un Jedi y con el poder de la fuerza consiguiera que el alimento se eleve hasta su boca. Lo único que consigue es que Kaiet se lo robe. Así de vaga es mi niña.
En las noches de invierno que paso en Talavera, duerme en mi cama. Podría decir que a mis pies, pero siempre se va a la cama antes que yo y me la encuentro con la cabeza en la almohada. y hay que ser culturista para moverla, así que a veces me conformo con que no me ronque en la cara y duerma junto a mis piernas.
Cuando yo no estoy, mi puerta está cerrada y la niña se entristece (según mi madre) porque significa que no estoy y que no puede dormir conmigo.
En verano, no necesitamos darnos calor humano-perruno, y duerme en el salón.
Pero la última noche antes de venir a Islandia esta vez, decidió arriesgarse y subirse a mi cama. Esta vez me esperó, y hasta que no me dispuse a irme a la cama, no se fue ella tampoco. Se colocó en su sitio y estuvo toda la noche conmigo.
Como si sintiera que me iba a ir y que no volvería a dormir en "nuestra" cama en mucho tiempo.
Como si se estuviera despidiendo.
Y ahora la echo tanto de menos...
Os lo explicaré mejor...
Cuando yo era pequeña (y no tan pequeña) siempre me empeñé en tener un perro, y lo pedía cuando veía una estrella fugaz, cuando soplaba las velas en mi cumpleaños, cuando estrenaba ropa, cuando... Total, que por tanto pedir, tengo dos. El primero, Kaiet (o Satanás para otros) es un podenco ibicenco bipolar y epiléptico, pero no voy a centrarme en él ahora, sino en su compañera.
Como decía, en una noche de julio de 2007 mi madre fue a la Ronda Sur a pasear a Kaiet. Vio un cruce de labrador negro caminando por la calzada y poniéndose a dos patas en cada coche que aminoraba para no atropellarlo. Evidentemente, no llevaba collar ni nada. Mi madre sintió tanta pena que la silbó para llamar su atención y apartarla del peligro de los coches, y lo que consiguió fue que la siguiera a casa... para no irse nunca más. Me llamó al llegar al portal de casa para que bajara comida al pobre animal que estaba famélico, y tenía una cara adorable, a pesar de ser belfa. El rabo lo tiene maltrecho, cualquiera sabe la de bestialidades que le harían sus anteriores dueños. (Hasta tal punto que una vez, mientras mi padre se disponía a ponerse el pijama, se quitó el cinturón y el can se encogió en el suelo y se orinó de miedo). Nada más llegar abajo se me subió en el regazo y no pensé en más opción que llamarla MORA.
Decidimos quedárnosla "provisionalmente" (JAJAJAJA, qué ilusas) hasta que encontráramos alguien que la quisiera... pero la perra-que-se-ladraba-a-sí-misma-en-el-espejo era tan encantadora que no dejamos que se marchara.
La primera noche la hicimos dormir en la azotea... pero cuando subimos a la mañana siguiente, estaba encaramada al tejado. Todavía no entendemos cómo... Por aquel entonces estaba delgadísima, como he dicho, y pude cogerla y salvarla cual súperheroe, pero ahora está gorda, y si te pisa te puede partir un dedo del pie facilmente.
Es sociable y se hace amiga de todo el mundo. Menos de los gatos. Y de los pájaros, se ha comido alguno que otro...
En Semana Santa cogió una infección en el útero y tuvimos que operarla de urgencia. Es tan adorablemente torpe que con la campana que le pusieron para no lamerse los puntos se iba chocando con todos los muebles y puertas de la casa. Si nos oía reírnos de ella, solo movía el rabo caminando hacia nosotros para que la hiciéramos carantoñas. "Soy torpe, pero me quieres de todas formas".
Cuando comemos, se tumba en el sillón con carita de buena (no tiene otra) y nos mira para que le demos algo. Cuando se lo lanzas al vuelo y lo coge, bien, pero si se cae al suelo, se queda mirando al trozo de comida, como si ella fuera un Jedi y con el poder de la fuerza consiguiera que el alimento se eleve hasta su boca. Lo único que consigue es que Kaiet se lo robe. Así de vaga es mi niña.
En las noches de invierno que paso en Talavera, duerme en mi cama. Podría decir que a mis pies, pero siempre se va a la cama antes que yo y me la encuentro con la cabeza en la almohada. y hay que ser culturista para moverla, así que a veces me conformo con que no me ronque en la cara y duerma junto a mis piernas.
Cuando yo no estoy, mi puerta está cerrada y la niña se entristece (según mi madre) porque significa que no estoy y que no puede dormir conmigo.
En verano, no necesitamos darnos calor humano-perruno, y duerme en el salón.
Pero la última noche antes de venir a Islandia esta vez, decidió arriesgarse y subirse a mi cama. Esta vez me esperó, y hasta que no me dispuse a irme a la cama, no se fue ella tampoco. Se colocó en su sitio y estuvo toda la noche conmigo.
Como si sintiera que me iba a ir y que no volvería a dormir en "nuestra" cama en mucho tiempo.
Como si se estuviera despidiendo.
Y ahora la echo tanto de menos...